miércoles, 7 de abril de 2010

Oswaldo Macia y Darfur.

Julia Cistakova, la curadora de la exposición colectiva Pandora ´s Sound Box, me encargó un ensayo sobre la obra que Oswaldo Macia mostró en esa colectiva y que transcribo abajo. La obra, con un titulo muy largo, consiste en una pantalla donde se contraponen las imagenes de un camello y de un perro y en donde canales por medio de los cuales se escuchan incesantes ladridos de perros.

Darfur: en el olvido y en el recuerdo

Darfur es un conflicto remoto, turbio, despiadado y singularmente violento que desapareció de las primeras planas de los diarios y de los informativos de la televisión antes que pudiéramos aclarar sus verdaderos motivos ni las razones de fondo de la fría indiferencia de la comunidad internacional ante las penalidades y el prolongado sufrimiento de sus incontables víctimas. En esta época que se enorgullece estar informada al instante de cuanto ocurre en las cuatro esquinas del planeta existen sin embargo unos triángulos de la Bermudas o unos agujeros negros en los que desaparecen enigmáticamente y sin dejar apenas rastro acontecimientos sobrecogedores que durante muchos meses alimentaron intensos flujos de información diaria. A la tragedia de Darfur le ha sucedido algo semejante hasta el punto de que puede imaginarse cuán desoladora resultaría la encuesta que hoy preguntara al ciudadano común y corriente de cualquiera de las capitales de Occidente por su existencia. Es muy probable que la mayoría de los encuestados haya olvidado hasta el nombre de ese extenso territorio de Sudán - en África - donde hasta hace muy poco tiempo la guerra civil se mezclaba con las masacres, las violaciones masivas, los cruentos enfrentamientos religiosos y las sórdidas ingerencias extranjeras.
Pero ante una comprobación tan deprimente nos quedará siempre el recurso de enfrentar la amnesia con obras como la que Oswaldo Macia consagró a Darfur - que es tanto una insólita protesta contra la indiferencia con la que el mundo contempló los terribles padecimientos de las víctimas como un ingrávido memorial erigido contra el olvido de las mismas. Su titulo es la cita de un sentencia acuñada por los habitantes de Darfur en esos días de espanto: The dog barks but it makes no difference to the Camel- We are the dogs the World is the Camel. Es difícil encontrar palabras más adecuadas que estas - tan pocas y desnudas - para expresar los sentimientos de abandono y soledad de las víctimas de la tragedia de Darfur y resulta igualmente difícil imaginar otra manera distinta de la que encontró Oswaldo Macia para potenciar extraordinariamente el efecto emocional de tales palabras. Y la encontró donde menos podía esperarse, en un lugar tan distinto de la seca y áspera geografía del Sahara que es prácticamente imposible asociarlo con los camellos de los sudaneses y menos aún con sus sufrimientos. El sitio es Caligari, una ciudad italiana antiquísima y un puerto sobre el mar Mediterráneo, a donde Macia fue invitado a exponer en 2006 y donde él descubrió en una de sus fecundas derivas urbanas un centro municipal de acogida de perros abandonados por sus dueños en la calle. Ignoro si Macia había leído por entonces Kaputt, la novela en la que el escritor italiano Curzio Malaparte narra sus experiencias durante la Segunda Guerra Mundial, y en la que figura un pasaje que por su eficacia expresiva enlaza con la pieza que Macia ha dedicado a Darfur. En ese pasaje Malaparte cuenta su visita a un centro de investigaciones médicas situado en una ciudad del norte de Italia, donde es conmovido por el encuentro con una veintena o más de perros encerrados en una habitación aséptica e impoluta y que sin embargo no ladran. Cuando él pregunta por la razón de tan ominoso silencio sus acompañantes le explican que esos perros no ladran porque les han cortado las cuerdas vocales con el fin de que sus ladridos y lamentos no interfieran en los experimentos a los que son sometidos por los investigadores médicos. A pesar de su riqueza en anécdotas y acontecimientos bélicos de todo tipo falta en Kaputt sin embargo alguna mención explícita a la red de campos de concentración con la que el nazismo cubrió en su día a Europa, pero el lector de esta novela siente que esa protuberante ausencia está suficientemente compensada por el episodio de los perros privados quirúrgicamente de su propia voz, que funciona como una contundente alegoría de la crueldad inhumana implícita en esa ´ razón instrumental ´ que - tal y como sostuvo Theodor W. Adorno en contra de la opinión de Martin Heidegger – estaba en la base del proyecto de los läger, de los campos de exterminio y de trabajo esclavo de los nazis.
Los perros del albergue de Caligari sí que ladran pero lo hacen de manera tan desgarradora y desesperanzada que no es de extrañar que Macia haya grabar los ladridos de doscientos de ellos para componer la dolorosa melodía que es la parte central de la obra con la que él ha interpretado la tragedia de Darfur. Y no es de extrañar tampoco que quienes nos sometemos a la experiencia directa de escuchar esa melodía cacofónica tendamos a identificarla como la expresión mas acertada del dolor de las víctimas del conflicto de Darfur. Ni tampoco advertir igualmente en ella, una sobrecogedora versión del lamento siempre inaudito de los animales, de todos los animales, a los que hemos convertido en Perros de laboratorio, para decirlo con el titulo del extraordinario libro de poemas de Santiago Sylvester. Y puede irse mas allá todavía y descubrir alarmados que esas campanas doblan por nosotros mismos, por nuestra propia condición animal omitida, obliterada, subyugada por ese devenir maquínico del que ya no podemos ni sabemos cómo escapar.
Habría que concluir diciendo que esta pieza sobre Darfur de Oswaldo Macia forma parte del conjunto de obras que él ha compuesto a lo largo de su trayectoria artística en las voces animales cumplen un papel decisivo. Entre la mas ambiciosa es probablemente Something going on above my head, una pieza acústica de 30 minutos de duración, de 1999, en la que él asume y resuelve el desafío de incorporar el canto de los pájaros a una obra musical. Y lo hace descartando la mediación que suponen la escritura musical y los instrumentos musicales y apelando directamente a las grabaciones de los cantos de los pájaros, con las que trabajó directamente en la mesa de ediciones para generar una auténtica sinfonía, en la que los 64 instrumentos e instrumentistas que suma el mínimo de una orquesta sinfónica normal están reemplazados por los cantos de 2.000 pájaros grabados en cuatro continentes. Impresionante.

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