domingo, 26 de junio de 2011

La bienal, esa plétora bulímica.

¨Populismo ¨ y de contera ¨kitsch¨. Con esta descalificación tan contundente como redundante abrió el diario El País de Madrid (20.06.11) la crónica indignada que Miguel Mora – su corresponsal en Roma- dedicó al Pabellón de Italia en la actual edición de la Bienal de Venecia. Y aunque ignoro si Mora ha sido el autor del subtítulo que contiene tal descalificación, lo que sí sé es que en su crónica abundan los argumentos que dan pábulo a la crítica implacable de un pabellón, cuyo contenido responde al proyecto curatorial de Vittorio Sgarbi, ¨ personaje bufo y tertuliano asiduo de la televisión¨ y que - para mayor ignominia - es ¨ amigo y defensor a ultranza de Silvio Berlusconi¨, quién sería el responsable en últimas de esta catástrofe estética. ¨ Es la anti política de Berlusconi, pero desde el arte- explica Paolo von Vacano, citado por Mora- Por fortuna el régimen se está hundiendo a los ojos de todos. Entre otras cosas porque Berlusconi y Sgarbi no saben lo que es Internet¨- sentencia el conocido editor de libros de arte italiano, con un optimismo que ojalá Dios le conserve muchos años.
La crónica de Mora no responde sin embargo solo a la actitud política de un corresponsal que ha dado suficientes muestras en su trabajo de su desafecto con Berlusconi sino que en realidad se hace eco del malestar con Sgarbi de segmentos muy importantes del mundo del arte italiano. A los que el propio Sgarbi ha atacado verbalmente con furia mayúscula, acusándolos de comportarse como una auténtica mafia que mediante el control del mercado, las galerías, las revistas y la crítica de arte impone un ¨ canon elitista y radical¨. De allí que no sorprenda que el acceso al pabellón este presidido por un gran letrero en letras de neón suspendido en el aire en el que puede leerse: L´ arte non è cosa nostra, en evidente alusión a la mafia - que es la cosa nostra por antonomasia - y a la que el escenógrafo Cesare Inzerillo ha dedicado el proyecto un Museo de la mafia, que ha sido incluido en el pabellón. Pero lo que en verdad ha resultado en vez de sorprendente chocante es el método adoptado por Sgarbi para cumplir su propósito de liberar al arte de la coyunda de esos singulares mafiosos - rara mezcla de comunistas y coleccionistas tan ricos y sofisticados como Fendi o como Prada – con el fin de devolvérselo a todos. Él, en vez de exponer su propia elección de artistas y de obras, ha preferido que lo hagan 200 personalidades de la vida política y cultural italiana que han ¨ señalado ¨ las pinturas, las esculturas, las fotografías, los videos, los dibujos, los diseños etcétera que a juicio de cada uno de ellos merecía estar el pabellón en el nombre de Italia. Y que con su participación y su gesto dan ¨ testimonio – según Sgarbi – de una realidad que no puede ser exiliada en un ghetto¨ por las tendencias dominantes en las galerías de arte¨. El crítico de arte Roberto Plevano califica este método de ¨ descamisado ¨ y al resultado de su aplicación no ¨ una representación caleidoscópica y liberal ¨ de la realidad del arte italiano – como afirma Sgarbi – sino ¨ una plétora bulímica de más de 260 obras (el número preciso no se sabe) que ocupa cada pared, cada superficie y cada ángulo disponible ¨ y que permite la coexistencia conflictiva de Kounellis con Gaetano Pesce y de Piero della Francesca con la actriz porno Vittoria Risi.
El problema traído a cuento por estos conflictos no se queda, sin embargo, confinado en los muros del Arsenal que albergan el pabellón italiano porque pienso que también afecta al resto esta edición de la bienal. Porque, qué mejor calificativo para ella que el de ¨ plétora bulímica¨? ¿O es que acaso existe algún término más apropiado para calificar una bienal a la que no le ha bastado en su arrollador despliegue ocupar íntegramente las vastas instalaciones del Arsenal sino que se ha extendido por todos los rincones de la fracturada geografía veneciana de la mano de tantísimos gobiernos que están dispuestos a gastar lo que haga falta para que su respectivo país pueda contar con un pabellón en la que a todos ellos les parece la cita ineludible del arte mundial? Eso para no hablar de la moda de esos coleccionistas sofisticados que tanto irritan a Sgarbi de hacerse con un palazzo sobre el Gran canal para hacer coincidir la inauguración de sus colecciones con la apertura de la bienal.
Daniela Salvoni ha intentado conjurar de antemano el parangón entre el pabellón italiano y la bienal en un artículo titulado desafiantemente Perche I Love la Biennale di Venezia, en el que después de reconocer que ¨ es caótica, informe y descentrada ¨ y que ¨las contribuciones artísticas relevantes¨ son más bien escasas, se pregunta si la ¨ fascinación irresistible ¨ que sigue ejerciendo no se debe precisamente a su ¨ carácter anárquico, híbrido y complejo¨. Y, en definitiva, ¨ a la experiencia intensa y significativa que siempre ofrece¨.

miércoles, 22 de junio de 2011

La bienal de Venecia: plataforma de los happy few

La ciudadanía de media Europa se amotina en contra de los banqueros y al mismo tiempo la bienal de Venecia es presa de insólitas transformaciones. Y no me refiero propiamente al cuestionamiento del concepto mismo de pabellón nacional, como el que ha inspirado la intervención de Dora Garcia en el pabellón español con unos resultados que han merecido una crítica despiadada de Fernando Castro Flórez. Ni siquiera al cuestionamiento del conjunto de la bienal, aquejada de un desconcertante gigantismo y que ha dado pie a que Laura Revuelta formule una contundente descalificacion de la bienal misma. No, los cambios que ahora sacuden la bienal y que aquí me interesa subrayar son mas contextuales que textuales y atañen mas a los desplazamientos digamos tectónicos que está experimentando en su propia estructura que a la irritacion o el desacuerdo con el contenido de uno u otro pabellón. E incluso con el balance de los contenidos de todos ellos. El más llamativo de estos deslizamientos telúricos lo protagoniza sin duda la élite de los coleccionistas de arte de élite que, en esta edición, han decidido imponer como el más exquisito e inalcanzable criterio de distinción el disponer de un palazzo sobre el Gran Canal donde mostrar la propia colección de arte contemporáneo. Cierto, el fenómeno tiene un antecedente muy notable en el gesto del multimillonario francés Bernard Pinaut de comprar hace unos cuantos años el Palazzo Grassi a los herederos de Agnelli y redondear esa compra con el alquiler a la Comuna di Venezia de las antiguos almacenes de Punta della Dogana, para desplegar en ambas sedes una colección de arte actual que es tanto de grandes nombres como de grandes obras. Pero este año la tendencia se ha disparado con la decisión de Miucca Prada y de su marido Patrizio Bertelli – las cabezas de la Fundación Prada – de alquilar el muy vetusto Palazzo Ca´ Corner della Regina, igualmente sobre el Gran Canal, para mostrar las obras maestras de una colección de más de 700 obras, entre cuyos autores figuran Piero Manzoni, Walter de Maria, Marina Abramovic, Jeff Koons, Anish Kapoor, Damien Hirst...
E igual hay que contar con un recién llegado a las mas encumbradas cumbres del glamour internacional, el multimillonario ucraniano Victor Pinchuck, que también ha alquilado un palacio sobre el Gran Canal – el Palazzo Papadopoli - para exponer a los artistas seleccionados para la primera edición del Future Generation Art Prize, un premio internacional de arte contemporáneo generosamente dotado desde el punto de vista económico que ha ganado la joven artista brasileña Cinthia Marcelle, con su video instalación Crusade. Eso para no hablar de que se especula con que Bernard Arnault, harto de los continuos aplazamientos de su proyecto de construir una sede para la colección de la Fundación Louis Vuitton en el Bois de Boulogne de Paris, tire la toalla e imitando a Bernard Pinaut - su gran rival en la cosmética de la vida – se decida él también a tener un palazzo sobre el Gran Canal para exhibir su deslumbrante colección.
Harald Szeeman propuso que la bienal de Venecia de 2001, de la que fue curador, fuese una Plataforma de la Humanidad y Bice Curiger - la actual curadora - ha redondeado ese deseo ilustrado proponiendo que la actual sea la bienal de la ILLUMInazioni, o sea de la iluminación reveladora de las nuevas y heterogéneas tendencias desplegadas en una escena artística enteramente globalizada Pero, la verdad, es que la bienal en vez satisfacer estas grandiosas utopias se desliza hacia el papel de marco de la inigualable pasarela por la que desfilan los más sofisticados coleccionistas de arte contemporáneo del mundo. Los auténticos happy few de una época cada mas fracturada y turbulenta.