El debate sobre el arte y la política es tan antiguo
como recurrente: se lo da por definitivamente saldado en una coyuntura sólo
para reaparecer en la siguiente. La generación de la Transición lo saldó a
favor de la tesis de la plena independencia del arte con respecto a la política
- tal y como lo ha recordado Darío Corbeira en un reciente documento brumaria dedicado al tema – y sin embargo ha vuelto a abrirse,
espoleado por las devastadoras consecuencias sociales y políticas de la salida
a la crisis diseñada por el capital financiero internacional y ejecutada por
sus más encumbrados representantes políticos.
De Nueva York a Atenas, pasando por Madrid y Lisboa, la ciudadanía
justamente indignada se ha echado a la calle una y otra y otra vez para
protestar por lo que considera la demolición controlada de sus derechos y el
espolio apenas encubierto de los bienes comunes. Al mismo tiempo crece el número
de artistas que sienten que no pueden quedarse al margen de un conflicto cuyo
desenlace les concierne hasta tal punto
que están dispuestos a poner su arte al
servicio de la movilización y la protesta. Y subrayo lo de ¨ movilización y la
protesta ¨ porque en el lapso comprendido entre el triunfo apabullante de la
Transición y la actual generalización del descontento con la misma, no faltaron
los artistas que politizaron su arte politizando
mediante sus obras y acciones temas de género y de identidad sexual que hasta
entonces se daban por asuntos enteramente privados, sobre los cuales no
convenía ni preguntar ni responder. Tal y como rezaba la tristemente célebre
fórmula, Don´t ask, don´t tell,
adoptada por las FF AA de los Estados Unidos de América como una forma de
escamotear las demandas de reconocimiento de los homosexuales alistados en sus
filas, y que fue agriamente criticada por Ana y Helena Cabello Carceller en una
intervención realizada hace un par de años en la sala Abierto x Obras del
Matadero de Madrid.
Pero esa clase de acciones artísticas no escapaba de
los ámbitos acotados del arte, por mucho que sus autores lo quisieran o intentaran.
En cambio hoy, el estado de permanente movilización ciudadana le han abierto al
arte de intención política un ámbito más dilatado y difuso y por lo mismo más
pregnante: el de la calle y la plaza, el ámbito del espacio público. Si, como
afirma Jacques Ranciére, la política
consiste en remover los límites de lo se puede sentir y pensar en cada
situación, la toma de la calle por las manifestaciones multitudinarias es por
definición política porque transgrede de hecho la dedicación exclusiva de las
mismas al tránsito, el turismo y la realización y promoción publicitaria de
actividades comerciales de todo tipo. La movilización ciudadana transforma los
espacios públicos privatizados en espacios políticos, en lugares donde dirimir
las cuestiones del poder que se da por sentado sólo pueden dirimirse en el
ámbito parlamentario. O en ámbito todavía más reglado, desde el punto de vista
de léxico, de los medios de persuasión
de masas.
Santiago Sierra intentó dar cuenta de este
desplazamiento y transformación de ámbitos con el proyecto Los
encargados, realizado el año pasado y expuesto en la galería Helga de
Alvear hace unos meses. El núcleo del proyecto consistía en un desfile por la
Gran Vía de Madrid de una caravana de limusinas que trasportaban sobre sus techos
enormes retratos cabeza abajo de los presidentes de gobierno de España, desde
la Transición hasta la fecha, pintados en blanco y negro por Jorge Galindo.
Pero esa toma de la calle tuvo la limitación de darse por fuera o al margen de
cualquier movilización política callejera, aunque no pueda desecharse que el
propósito del artista fuera ofrecer a los protagonistas de dichas movilizaciones
una parodia de la ocupación de las calles por los representantes del poder.
Como era habitual durante el franquismo, como sigue siendo habitual los 12 de
Octubre, el día apenas disimulado de la Hispanidad.
Luisa Espino
ha optado también por conectar el ámbito del arte con el de la movilización y
la protesta callejera, aunque ella lo haga no con propósitos paródicos sino
instructivos. De hecho la exposición People
Have the Power - que ella ha
curado para el concurso Inéditos 2013
(23.04.13) de la que ahora se llama Fundación Especial Caja Madrid – puede ser
interpretada como una auténtico manual de instrucciones sobre cómo organizar
manifestaciones de protesta. Ella lo explica tanto en el texto curatorial como
en el diálogo que sostiene con Iván López Múnera reproducido en el catálogo:
toda manifestación tiene las siguientes partes: los actores, las figuras de
difusión del mensajes, el escenario - que es el espacio público - y la duración. E ilustra cada una de esas partes
con ejemplos tomados de la tradición de movilizaciones que en Occidente se
inicia con las protestas contra la Guerra de Vietnam y el Mayo del 68 y termina
con los mítines y los piquetes de la Plataforma Anti Deshaucios española,
pasando por las ocupaciones indignadas de Wall Street, la Puerta del Sol y la
Plaza Syntagma. Esta ejemplificación es en cierto sentido insuficiente: son
demasiados los ejemplos que podría citarse a propósito de cada uno de los
capítulos mencionados como para que pudieran caber en un espacio tan reducido
como el que han puesto a disposición de Luisa Espino. Pero en otro sentido es
suficiente para demostrar hasta qué punto la potente tradición de
movilizaciones de protesta ha sido siempre iluminada por muy variados y
fecundos despliegues de la imaginación. De imaginación política obviamente.