lunes, 5 de febrero de 2018

Vemos mas de lo que vemos





Cabe considerar la reciente exposición de Rubén Guerrero en el CAC de Málaga  como el corolario más apropiado de la curada por César Paternosto en el Museo Thyssen de Madrid por esas mismas fechas. Si  bajo el título de Hacia la pintura como objeto el maestro  argentino intentó reconstruir el itinerario recorrido por la pintura para convertirse en objeto, podría decirse que la pintura de Guerrero es la que ha venido después de esa conversión. Él antes que pintar en el sentido clásico se esfuerza  en construir un objeto: acumula capas y capas de pintura, desgarra el lienzo o lo perfora, enseña el bastidor, incorpora el marco… Recupera las mejores lecciones del Madi y de surpport surface con una gracia que me atrevería a calificar de andaluza y con un ímpetu que evoca al ímpetu  de Julian Schnabel. Pero el cumplimiento por su parte del programa de hacer del cuadro un objeto visual que vale por sí mismo y no por ser una ventana imaginaria no exonera a los resultados  de dicho cumplimiento del trompe l´oeil. A ese ver más de lo que vemos, que es propio del deseo, y que  no es un ver lo que no está en el cuadro sino un ver demás en el mismo. Ver el exceso de pintura en la pintura misma y no en la representación  que puede hacer de lo que está afuera de ella. La comparación con los cuadros que Paternosto expuso tanto en el  museo Thyssen como en la exposición que simultáneamente realizó en la galería Guillermo de Osma permite captar mejor la singularidad del trampantojo que asedia a la pintura de Guerrero o está explícitamente incorporado a ella. Los cuadros de Paternosto son igualmente objetos puramente visuales aunque lo son a la estricta manera de Mondrian, tanto por el inequívoco sometimiento de su estructura a la retícula cartesiana como por la univocidad tautológica de los planos y las líneas o franjas pintadas en los mismos. Un rojo es un rojo, un blanco es un blanco y un negro es un negro. Pero la tautología de los cuadros de Paternosto da un paso adelante con respecto  a los de Mondrian y se convierten en objetos en el sentido físico o material del término: carecen de marco, tienen evidentemente volumen y la pintura de sus gruesos cantos es  parte del cuadro que ya no es solamente un cuadro porque también es una escultura. En stricto sensu: un objeto tridimensional pintado. Solo que su objetividad está subvertida por la misma pintura que lo confirma como objeto visual. En su pintura hay líneas que de tan anchas parecen franjas y que como líneas sin embargo nunca llegan a donde tendrían que llegar por que cortan o interrumpen bruscamente su previsible recorrido, incapaces de alcanzar a las otras o de cruzarse con ellas para completar la retícula cartesiana la que virtualmente pertenecen. Estos actos fallidos por así decirlo desquician sin remedio la forma del volumen que les sirve de soporte, aunque nunca  lo hagan con la violencia ni sobre todo con la cruda materialidad con la que lo hacen las obras de Guerrero. Su desquiciamiento no es físico sino visual y le restituye al objeto la dimensión imaginaria que desde illo tempore es propia de la pintura. Vemos más de lo que vemos, inclusive en pinturas que solo pretenden ser objetos.




              
              

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