lunes, 16 de abril de 2018

Luis Moya




Luis Moya. El nombre de este arquitecto surgió en la larga y enjundiosa charla que mantuvimos David Cohn y yo hace unas semanas. En su casa de Lavapies en Madrid, tomando un buen vino manchego y picoteando jamón serrano mientras recordabamos los tiempos de estudiantes de arquitectura. En los años 70. Él en la universidad de Columbia en Nueva York, yo en la del Valle,en Cali, Colombia. A pesar de tantas diferencias entre una facultad y otra, ambos compartimos la misma clase de formación en el paradigma del movimiento moderno, incluidas las historias del mismo de Sigried Gideon y de Leonardo Benévolo. David tuvo la suerte que yo no tuve de tener a Kenneth Frampton como profesor y yo de asistir a un seminario sobre cubiertas de mallas tensadas de Frei Otto, al que David le hubiera gustado asistir. El nombre de Luis Moya surgio cuando David, notable crítico de arquitectura americano afincado entre nosotros hace muchos años, me habló del estado actual de la historia de la arquitectura española del siglo xx que está escribiendo. En esa historia Moya, que entonces pareció representarla como nadie hoy representa como pocos una anomalía. Por su historcismo desquiciado y por su fidelidad a la ideología que dió consistencia a la dictadura franquista. Pero la imponente sede de la Universidad Obrera de Gijón sigue allí y no hay despertar, por muy benjaminiano que sea, que nos libre de su existencia. Que plantea problemas incluso éticos al historiador formado en el paradigma moderno, por mucho que la posmodernidad haya hecho mella en el mismo. Fue entonces que yo recordé "El puente sobre el rio Kwai ", la memorable película sobre un puente construido durante la Segunda Guerra Mundial por prisioneros ingleses para los japoneses, que un comando americano debe volar. Los dilemas morales que expone este filme arrojan luz sobre la conducta de quienes construyeron y siguen construyendo en los que Heidegger y Brecht, aunque por razones distintas, calificaron de "tiempos sombrios".

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