miércoles, 23 de mayo de 2018

Porvenir radiante.



Visito la exposición Radiante porvenir en el Museo Ruso de Málaga y la contrasto con otra exposición legendaria: Viviendo con el pop. Una demostración de realismo capitalista, realizada en 1963 en  Dusseldorf. Cierto, el contraste puede resultar injusto y hasta ofensivo porque Radiante porvenir es una ambiciosa panorámica del arte hecho durante los 70 años que duró la Unión Soviética, mientras que la otra fue una intervención puntual de Gerhard Richter, Sigmar Polke y Konrad Leug en unos grandes almacenes de Dusseldorf. La primera nos enfrenta a la revolución rusa y a la trágica y a la vez prodigiosa historia de la Unión Soviética en tanto la segunda fue –según el propio Richter - una “provocación”, que pretendía poner en ridículo al “realismo socialista” y hacer lo mismo con la “posibilidad de un realismo capitalista”. Pero si cabe compararlas es porque de la comparación emerge  la relación privilegiada que el realismo socialista y el Pop art mantuvieron con la publicidad. Política en un caso, mercantil en el otro. La relación que los emparenta con el Barroco, el arte de la propaganda fide, de la propagación de la fe en la Iglesia antes que en Jesucristo. Los críticos del realismo socialista suelen tildar sus manifestaciones de “mera propaganda” que, para más inri, estaba al servicio de un régimen dictatorial. 
Pero hoy cuando ese régimen ya es historia y ha quedado aplazada sine die la llegada del “porvenir radiante” entonces prometido, cabe volver sobre el realismo socialista y advertir que bajo su vocación instrumental y su orientación apologética se pintaron y esculpieron  muchas obras que sobrepasaron las limitaciones y servidumbres del anuncio o del cartel publicitario. Obras que demostraron la capacidad aparentemente inagotable de la pintura y la escultura de metamorfosearse en función de las más diversas etapas históricas y de las más
heterogéneas  necesidades y exigencias.  Andy Warhol también supo ir más allá de las imitaciones publicitarias con las obras tan paradigmáticas como las que dedicó a la sopa Campbells o al detergente Brillo. Así como Roy Liechtenstein fue más allá los propios del comic cuando el comic aún no se le reconocía  la dimensión estética que ahora nadie le niega. Los cuadros de Alexander Deineka, Lidia Frolova – Bagreiva, Alexander Samajválov, Boris Tsekov o Boris Yermoláiev incluidos en esta exposición son pintura de pleno derecho. Como son esculturas sin ningún género de duda las de Serguei Mérkurov, Leonid Sherwood, Yevgueni Vuchétich o Dmitri Shajovskói, que también pueden verse en la misma.
Otro si: aunque todos estaban encuadrados en la misma escuela, sus obras demuestran que cada uno interpretó los principios de la misma a su manera.

sábado, 12 de mayo de 2018

El 68 en Paris y México



La galería La Caja Negra de Madrid está celebrando tanto el Mayo de 68 parisino como el Octubre mexicano, con una exposición de carteles de ambos  acontecimientos que bien vale la pena visitar. Y no porque ofrezca una gran panorámica o porque aclare por fin qué fue lo que realmente ocurrió en aquella coyuntura histórica sino porque nos acerca a las pasiones y las pulsiones de los activistas que desempeñaron un papel crucial en dichos acontecimientos. En especial los  estudiantes y los artistas tanto en ciernes como consagrados que convirtieron a las facultades de bellas artes de entonces en talleres gráficos donde se imaginaban, diseñaban y realizaban los carteles que después habrían de pegarse por toda la ciudad. Lo suyo fue un experimento de trabajo colectivo, inspirado y con frecuencia poético, opuesto al trabajo rutinario y alienado del que los obreros quisieron librarse tomándose las fábricas, poniéndose en huelgas o participando en multitudinarias manifestaciones callejeras. O las tres cosas a la vez. Los carteles expuestos dejan ver esta impronta artesanal en su abrupto contraste formal con los que hacia circular la ya entonces la omnipresente publicidad. Tanto por sus lemas y sus consignas - tan diferentes – como por su factura, tan evidentemente manual. Estos carteles sin siquiera proponérselo fijaron el pulso exaltado del movimiento, la respuesta inconsciente de los cuerpos- y no solo de la mano - a sus exigencias y a los estímulos de las voces que se hacían escuchar con fuerza en los mítines y las asambleas tumultuosas.


“Pedían la palabra”- afirmó  Aurora Fernández Polanco en un esfuerzo por captar las motivaciones últimas de quienes fueron los protagonistas de unas movilizaciones que permitieron el surgimiento desde la nada de entusiastas oradores y dieron la palabra a quienes antes nadie escuchaba. José Luis Barrios - otro de los participantes en el coloquio organizado por la galería con el fin de reflexionar sobre dichas movilizaciones – cifró la diferencia entre el cartelismo del Mayo parisino el del Octubre mexicano en el hecho de que los textos de los primeros eran paradójicos y los de los segundos unívocos. Como las denuncias y las consignas partidistas. La distinción no carece del todo de sentido y remite a las evidentes diferencias culturales entre Francia y México, que sin embargo no anulan el hecho de que tanto en un país como en el otro los protagonistas fueron los movimientos y no los partidos ni los sindicatos. Mientras estos últimos unifican su acción por medio de consignas, de parole d´ordre,  de la ortodoxia en definitiva, los segundos tienden a la multiplicidad y heterogeneidad de voces. A la singular polifonía que marcha par y paso con la invención de nuevas formas de acción política. O de politización de ámbitos previamente excluidos de la esfera política.  En esta exposición hay carteles que denuncian las elecciones parlamentarias como un medio más de dominación, al lado de los que  atribuyen igual función a la televisión y a la publicidad. Eso sí, lo hacen en una Francia donde los aparatos represivos del Estado abstenían de los despliegues de violencia que en cambio si se permitieron la policía y el Ejército mexicano.   



 (En el coloquio citado participaron también Miguel Marina y Jaime Vindel. 11.05.18)

martes, 8 de mayo de 2018

Oscar Masotta hoy




Le teníamos olvidado a pesar de lo mucho que hizo aquí y en la Argentina en aquellos años de agonía del franquismo y de dictaduras militares en el Cono Sur que han terminado fagocitados por la leyenda del Mayo del 68. Olvido ciertamente injusto como lo demuestran sobradamente las dos exposiciones que ahora le recuerdan. La primera- en el Macba - está centrada en su figura y en su época. La segunda- en  el Museo Reina Sofía - se limita a recuperar unas cuantas de sus performances. Pero entre ambas consiguen convertir a Masotta uno de nuestros contemporáneos. Lo es desde luego por su trabajo pionero de divulgación en España y en la Argentina de la obra de Jacques Lacan, cuyo pensamiento por lo demás nutrió el suyo y sigue nutriendo el nuestro.  Y también por su temprana valoración de la pop culture – la de la televisión, la publicidad, el cómic – y  por su empeño en acuñar o apropiarse de los conceptos indispensables para pensar su novedad histórica.   Así como por sus igualmente precoces incursiones en un ámbito entonces radicalmente nuevo: el happening. Al que cuestionó con una agudeza y una pertinencia inesperadas en quién era un intelectual de la periferia.  De hecho fue el instigador, el editor y uno de los más destacados contribuyentes de un libro dedicado al happening, cuya lectura resulta especialmente fecunda ahora, cuando la performance se ha hecho hegemónica atemperado, por decir lo menos, el radicalismo de un  Allan Kaprow, para quien el happening era la invocación de un acontecimiento irrepetible y no una forma de actuación preconcebida y susceptible de repetición. 


Como de hecho lo son las performances cuyo registro y documentación dan cuerpo a la exposición de Dora Garcia Segunda vez/que siempre es la primera - abierta en el Reina Sofía - que incluye la exhibición de una película titulada sintomáticamente Segunda vez, de la que forman parte las grabaciones de tres performances diseñadas y realizadas en su día por Masotta. García las redujo a partituras o guiones con el fin de poder repetirlas, convencida-como Freud y Lacan de que la repetición de lo mismo nunca es la misma repetición.
Hay otra faceta  de la vida y la obra de Masotta que también resulta aleccionadora. Ambas sometidas a las fuertes tensiones causadas por  desplazamiento de la figura del escritor engagé, comprometido a la manera sartreana, por la del pensador que intenta convertir sus palabras en acción contando con la omnipotencia de los media y en una época en la que como afirmó Octavio Paz  “se acabó la contemplación estética porque la estética se disuelve en la vida social”. Podría decirse que quedó atrapado en esa disyuntiva, en un impasse que retorna con fuerza ahora que la intensidad de los conflictos y las contradicciones sociales y políticas plantea otra vez la cuestión del compromiso del intelectual, aunque lo haga de modo enteramente nuevo.
El retorno de Masotta habría sido imposible sin la dedicación y el extraordinario trabajo de investigación de Ana Longoni, la curadora de la exposición en el Macba titulada Oscar Masotta. La teoría como acción.